Sobre inmortalidad y la condición de los muertos

La siguiente es información escrita a un investigador que planteó preguntas sobre este tema:

La pregunta clave aquí sería, ¿qué enseñan las Escrituras acerca de la muerte y la condición de los muertos? El uso cristiano frecuente del término “dormir” con referencia a la muerte, ciertamente indica que la persona muerta no está consciente. (Hechos 7:60; 13:36; 1 Corintios 7:39; 11:30; 15:6, 18, 20; 1 Tesalonicenses 4:14, 15) Eso está en consonancia con lo que muestran las Escrituras Hebreas.

Los que han puesto su confianza en el Hijo de Dios y en su sacrificio tienen la garantía de la resurrección. Debido a la absoluta certeza de esa promesa, Jesús habla de ellos como si ya poseyeran vida eterna.(Juan 3:36; 5:24) Por eso, desde el punto de vista de Dios, aunque éstos hayan muerto, todos viven, tal y como dice Jesús en Lucas 20:37, 38. Hemos de reconocer que el punto de vista de Dios es superior al nuestro y debido a que Él sabe que va a hacer algo, puede, como dice el apóstol, ‘llamar a las cosas que no son como si fueran.’ (Romans 4:17) De modo que cuando leemos las Escrituras, debemos tener en mente que aunque desde el punto de vista humano vamos al sueño inconsciente de la muerte, desde el punto de vista de Dios nuestra vida es todavía una realidad y una cosa segura. Para nosotros, la muerte ha ‘perdido su aguijón.’- 1ª Corinthians 15:55-57.

En cuanto a los que no ponen su fe en la provisión de Dios a través de Cristo y la rechazan, las Escrituras muestran que han escogido muerte en lugar de vida, y la muerte es lo opuesto a la vida. El término bíblico original para “infierno” (hebreo sheol, griego hades) claramente se refiere al estado de muerte en que se encuentra todo el que muere y es enterrado. Incluso de Cristo se dice que había entrado en ese estado usándose el término hades en conexión con su muerte y resurrección (Hechos 2:24-32). Creo que es importante hacer notar también, que algunos de los más prestigiosos eruditos bíblicos reconocen que la Biblia no enseña el punto de vista misterioso del alma que tantas personas religiosas tienen en mente, y que ese concepto se adoptó de la filosofía griega. Esa influencia se ha mantenido y así se refleja en un buen número de organizaciones religiosas. Sin embargo, deberíamos guiarnos, no por cuán extendida esté una creencia (algún punto de vista mayoritario) sino más bien, por lo que la Palabra de Dios enseña sobre el asunto. En las Escrituras, la inmortalidad se presenta siempre como algo que debe ganarse, no como algo inherente.

    

 

En el libro In Search of Christian Freedom (En Busca de Libertad Cristiana) , páginas 706, 707, escribí:

Creo que muchas personas confunden ciertos puntos de vista como que son únicos entre los Testigos de Jehová, o entre lo que esas personas llaman “sectas”, un término que, como se ha observado, se aplica con demasiada frecuencia a cualquier religión con la cual se está en desacuerdo. Al tachar ciertas creencias o puntos de vista como “sectarios”, quienes lo hacen dejan de reconocer que, aunque difieren (a veces considerablemente) en el detalle, se puede encontrar un punto de vista básico similar en los escritos de muchos teólogos respetados—incluso de teólogos aceptados como merecedores de la designación de “ortodoxos”.

Como ejemplo, el punto de vista común entre muchos sobre el alma humana lo describe S. C. Guthrie, profesor en el Columbia Theological Seminary (una institución presbiteriana), de este modo:

De acuerdo con esta doctrina sólo mi cuerpo puede morir, pero yo mismo no muero realmente. Mi cuerpo sólo es el caparazón de mi yo verdadero. No soy yo; es sólo la prisión física-terrenal en la cual está atrapado el verdadero “yo”. Mi verdadero ser es mi alma, la cual, porque es espiritual y no física, es como Dios y por lo tanto comparte la inmortalidad de Dios (imposibilidad de morir). Lo que ocurre en la muerte, pues, es que mi alma inmortal escapa de mi cuerpo mortal. Mi cuerpo muere, pero yo mismo continúo viviendo, y regreso a la región espiritual de la cual vine y a la cual pertenezco realmente.

Habiendo dicho esto, este respetado teólogo pasa a afirmar:

Si nos atenemos a la esperanza genuinamente bíblica para el futuro, tenemos que rechazar firmemente esta doctrina de la inmortalidad del alma por varias razones.

Entonces procede a detallar esas razones de las Escrituras. Antes de hacerlo, sin embargo, discute el origen de la creencia que describió primero, afirmando:

Esta doctrina [de la inmortalidad inherente del alma] no fue enseñada por los propios escritores bíblicos, pero era común en las religiones griegas y orientales del mundo antiguo en el cual nació la iglesia cristiana. Algunos de los primeros teólogos cristianos fueron influidos por ella, leyeron la Biblia a la luz de ella y la introdujeron en el pensamiento de la iglesia. Siempre ha estado con nosotros desde entonces, influyendo incluso a las confesiones reformadas (vea The Westminster Confession, XXXII; The Belgic Confession, Art XXXVI).

No presento esto aquí como algo conclusivo ni como una opinión que todos debieran aceptar. Para determinar si este punto de vista es convincente, uno debería leer y sopesar la validez de sus razones bíblicas, que yo no he incluido en la cita. Aunque se pueden encontrar numerosos eruditos que expresan el mismo punto de vista que este teólogo particular, el número de ellos y su reputación no son decisivos; se pueden encontrar similarmente teólogos de reputación que argumentan a favor de un punto de vista diferente, opuesto. Mi propósito aquí no es argumentar sobre la validez de la idea expresada, sino solamente mostrar que, aunque pueda existir la inclinación de rechazarla de antemano como el producto de una “idea sectaria”, existen de hecho eruditos reputados que expresan ese punto de vista.

Es verdad que tanto Esteban como Jesús oraron a Dios diciendo, “recibe mi espíritu”. ¿Quiso decir que se les transfirió al cielo después de muertos? No según las Escrituras, ya que éstas muestran que Cristo murió y estuvo en la tumba durante parte de tres días, ‘probando la muerte por todo hombre.’ (Heb. 2:9; Hechos 10:39, 40; 1 Corintios 15:4). Puesto que Cristo fue los ‘primeros frutos’ de la resurrección, es evidente que ningún otro le había precedido en ser levantado permanentemente de la muerte a la vida. (1 Corintios 15:20-23) Podría ser bueno leer de nuevo el capítulo 15 de 1ª Corintios para ver cómo presenta los asuntos el apóstol, y se podrá notar cómo de manera constante se refiere a los que están muertos (incluídos los que aceptan a Cristo) como si durmieran en la muerte.

Reconozco que no es posible abarcar todos los aspectos o contestar todas las preguntas, pero quizá algunos de los puntos citados arriba puedan servir. Leer la Escrituras y permitir que moldéen nuestra mente hará que surjan las cosas verdaderamente importantes. Podemos acudir a Dios por ayuda y por la sabiduría necesaria no solo para entender su mensaje para nosotros, sino también para ser sabios al vivir nuestras vidas y de un modo que resulte en nuestro bien y en el bien de los que amamos.- Santiago 1:2-6.

[Copyright 2002 by RF. Reproducido con su permiso]